Los jueves en Córdoba tienen algo especial. Son día de peña, de asado, de vino y de charla. Una costumbre que se respeta casi como religión y que, en cada brindis, reafirma eso de que el vino siempre encuentra su lugar en la mesa y en la vida cotidiana.
En su columna de cada “juernes”, El Negro Sommelier propuso bajar a tierra el tema del vino: qué es, cómo se hace y por qué se adapta a todas las circunstancias. El vino, explica, “no es más que mosto de uva, jugo natural, que, gracias a la acción de las levaduras, se transforma en alcohol”. Un proceso milenario que la humanidad conoce desde hace más de once mil años, cuando ya se fermentaba de forma espontánea sin saber exactamente por qué.

Pero más allá de la química y la historia, el vino también es cultura. Y en Córdoba, esa cultura tiene identidad propia. Porque acá el vino no solo se degusta: se comparte, se mezcla, se reinventa.
Así nació el priteado, ese trago bien cordobés que combina vino tinto con gaseosa de limón Priti. “Es nuestra versión del tinto de verano, pero con sello local y espíritu fiestero”, cuenta El Negro. En una encuesta reciente, casi un 10% de los cordobeses lo eligieron como su forma preferida de tomar vino.
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No se queda atrás el clásico riflazo, mezcla de vino con bebida cola, heredero local del ron con coca, pero con la rusticidad y el humor bien de acá. Y por supuesto, el vino con soda, ese compañero infaltable de sobremesas y tardes calurosas, que sigue siendo parte del ritual familiar.

Y además agrega El Negro “El vino es generoso porque se adapta a todas las circunstancias, a todos los bolsillos y a todos los momentos.” Desde el vino de damajuana con soda de nuestros viejos hasta un blanco con batonage, todos caben en la misma historia.
Y es que, más que una bebida, el vino es una emoción. Como decía Salvador Dalí, “un vino es la emoción de un momento”. Y en Córdoba, esos momentos se sirven fríos, alegres y bien acompañados, entre risas, amigos y un inevitable pritiadaso.
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